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"... en el amor, afortunado..."

                 Entró al único salón de Grove Hill, Oklahoma, como una imagen viva de derrota, tan seco de energía que hasta le demandó un esfuerzo empujar las puertas batientes de entrada. Se dirigió al mostrador como si los parroquianos no existieran, como si fueran parte de un entorno natural opaco, carente de todo interés. Lo único que le importaba a Warren era la bebida que disolvería en parte el dolor provocado por las imágenes y las palabras de Claire, con su rostro siempre hermoso, con su frase cruel. ¿Qué lo había enceguecido como para no advertir lo que sucedería con la joven? No era el momento de la reflexión, sino de padecer el abandono que ella había dictaminado. –Whisky doble –ordenó antes de haberse sentado a la barra, reparando en su voz débil, lastimosa, y en la cara de Moe, quien, detrás del mostrador, entrecerraba los ojos e inclinaba la cabeza para oír mejor. Repitió el pedido en un volumen apenas más audible. –Pobre amigo, necesita dos whiskys dobles –come

Hasta la vista, ser extraño

               “Fue la recompensa de doce años de espera obsesiva, de pacientes temporadas apostado en mi torre de vigilancia, aquella vetusta casa rodante que al día siguiente desmonté, con la certidumbre de que el fenómeno no volvería a repetirse a lo largo de mi vida. ¿Cómo fue? Tremendamente extraño: lo más esperado y al mismo tiempo lo más sorprendente de mi existencia.  A pesar de nuestro clima tan cambiante, hacía dos días que la lluvia no cesaba, sin atisbos del sol, de modo que las orillas del lago, como constaté más tarde, estaban desiertas. Por eso fui el único observador privilegiado en esos siete u ocho minutos de cielo despejado y tenues rayos solares. Al advertir la luminosidad y que no llovía, salí del interior de la casa rodante y él salió de la profundidad del lago. Fuera de mi refugio, vi una espuma hacia el centro del lago, un fenómeno inusual en el que clavé la vista. Primero divisé el lomo. Al instante, asomó la cabeza. En mi mente abrumada, las ideas de a

Las cosas de la casa

               La historia, luego desconcertante, empezaba bien, con la llegada de Marcelo a la vieja casona que parecía construida para el terror, diseñada por un arquitecto o un dueño amante de películas del género. Daba esa impresión a plena luz del mediodía, como prólogo al escenario en que se podía convertir durante los temores de la noche. Pero la mente de Marcelo prefería inclinarse hacia las ventajas prácticas del caserón, como el precio moderado.   Pasaron las primeras jornadas con la normalidad laboriosa de desembalar y acomodar una cantidad de objetos que parecía multiplicarse, los objetos de todo tamaño y peso y forma que componían su patrimonio doméstico. La biblioteca permaneció unos días dispersa en cajas, aguardando volver a reposar como una serie prolija de lomos verticales. A la noche, Marcelo daba por concluida su labor de acomodamiento y, en el silencio y la quietud, disfrutaba de un par de copas de vino, un habano ocasional, en su nueva casa cada vez más prolij

Proveniente de otro mundo

Empezó con la alarma de detección, que no se activaba desde hacía dos años, y que no sorprendió mucho a sus controladores, porque algunos ya habían pasado por eso decenas de veces sin resultados novedosos. Los aparatos descartaban en parte aquellos objetos que podían confundirse con los buscados, pero el resto lo tenía que hacer los especialistas, los analistas de la información proporcionada por las máquinas. Quien estaba de guardia abandonó su tarea habitual pensando que un rato después la estaría retomando. Pero en lugar de eso, un rato después seguía muy concentrado en los datos, comparando, verificando, sorprendiéndose, hasta que decidió que alguien con mayor autoridad tenía que continuar con la observación. Llamó a su superior. Con más de veinte años de experiencia y varios eventos similares en su haber, el superior supo de inmediato que se encontraba ante un fenómeno nuevo. De todas maneras, cumplió el protocolo sin dejarse ganar por la impaciencia, balanceando la excitación con

La llamada de otro

               Gente oprimiendo su cuerpo, su cuerpo buscando aire. Un fragor, que disminuía y aumentaba, luces o sombras que pasaban, vistas a través de las ventanillas del compartimento cerrado, tan cerrado. Hasta que no soportó más, y empujó, bajó con otros, se les adelantó en dirección a la escalera y ese ascenso que se había convertido en una fuga hacia la superficie y el alivio de la plaza, donde había pasto, árboles, pájaros, aire. En el medio de la plaza, con la respiración más calma, recordó las descripciones de esa afección que tanto terreno había ganado en los últimos años, el ataque de pánico, relatadas por un vecino, por una compañera, por un colega o en una serie de televisión. ¿Era el turno de él de padecerlo y más tarde contarlo? Toda la semana había sido como un camino gradual hacia este momento, el quiebre de la tolerancia tras años de viaje en subterráneo. Desde el lunes, cuatro días atrás, las sensaciones de malestar habían ido en aumento, a pesar de que la cantid

Fiesta intensa de disfraces

FIESTA INTENSA DE DISFRACES   Fueron llegando en su diversidad, provenientes de distintos lugares y épocas, desde geografías remotas, desde tiempos exóticos, hasta de otros planetas o desde el futuro. El jardín amplio y la magnífica noche de verano les daban la bienvenida. Sin embargo, mezclándose entre la concurrencia, se hacía evidente que nadie había arribado ni a bordo de un avión ni de una nave espacial ni de una máquina del tiempo, sino de medios de transporte tan extraordinarios como un coche, alguna bicicleta o mediante una simple caminata. Algún valiente había osado tomar un colectivo y soportar miradas de reojo. A la medianoche, cuando la fiesta de disfraces estaba en su apogeo, se inició el rito del cóctel especial, celebrado por el anfitrión, cuya apariencia de mago incluía barba y sombrero, ambos puntiagudos y de soberbia longitud. Emitía palabras en una lengua extraña, tal vez antigua, tal vez inventada, tal vez meros sonidos, mientras, con un cucharón, servía a l