Proveniente de otro mundo

Empezó con la alarma de detección, que no se activaba desde hacía dos años, y que no sorprendió mucho a sus controladores, porque algunos ya habían pasado por eso decenas de veces sin resultados novedosos. Los aparatos descartaban en parte aquellos objetos que podían confundirse con los buscados, pero el resto lo tenía que hacer los especialistas, los analistas de la información proporcionada por las máquinas. Quien estaba de guardia abandonó su tarea habitual pensando que un rato después la estaría retomando. Pero en lugar de eso, un rato después seguía muy concentrado en los datos, comparando, verificando, sorprendiéndose, hasta que decidió que alguien con mayor autoridad tenía que continuar con la observación. Llamó a su superior.

Con más de veinte años de experiencia y varios eventos similares en su haber, el superior supo de inmediato que se encontraba ante un fenómeno nuevo. De todas maneras, cumplió el protocolo sin dejarse ganar por la impaciencia, balanceando la excitación con el dominio de sí mismo que le era propio, mientras se daba cuenta de que, probablemente, estaba en el centro de los primeros pasos de un hecho que podía cambiar la historia.

Una vez corroborado el conjunto de la información, fue su turno de comunicarse con un nivel más elevado. Hubo una rápida convocatoria del equipo que determinaría la forma de proceder. Autoridades y especialistas viajaron en los medios más veloces para asistir a la reunión, con la excepción de algunos que debieron recurrir a la intervención virtual.

Con desacuerdos aislados sobre el método que se emplearía, pero con unanimidad en la conducta general que debía adoptarse, el diálogo no se prolongó. Ahora era necesario ponerse en contacto con quienes ejecutarían la misión, escogidos entre los más capaces en su campo.

 

Si la llamaban directamente desde el cuartel general, se trataba de un asunto delicado. Se concentró en lo que le transmitían. Demoró el tiempo indispensable para armar su equipaje y partir camino a lo que podía ser la misión más significativa de su vida.

Mientras aguardaba en una antesala de la base, dos viejos conocidos se le acercaron y la saludaron. Se preguntaba si su misión sería similar a la de sus compañeros, cuando los hicieron pasar.

 

Un artefacto se acercaba a la atmósfera, muy posiblemente proveniente de otro mundo, y ella lideraba la misión de las tres naves que se aproximaban al objeto para investigarlo. Para saber si era natural o artificial. Para saber, incluso, si estaba tripulado o no. Eran momentos que quedarían grabados en su memoria y en la de todos.

Su concentración era máxima, pero no pudo evitar algunas imágenes de su pasado, momentos que la habían conducido directamente adonde se encontraba ahora: los juegos de pequeña con naves espaciales –esa fascinación que siempre había estado–, el ingreso en la Academia de Vuelo Espacial, la excitación de las primeras misiones. Recibir órdenes, comenzar a darlas, ir ganando autonomía en una carrera notable, que había construido desde la destreza y el esfuerzo, hasta llegar a este peldaño tan alto, ser elegida para esta aventura mayor, un supuesto primer contacto con seres de otro mundo. ¿Conducía el artefacto que se acercaba alguien con forma extraña pero enamorado como ella del cielo estrellado? Porque siempre había celebrado las estrellas, esos puntos de luz y de magia sin tiempo, con el asombro que le provocaban acostada en las noches despejadas, o desde la cabina de sus naves viajando hacia ellas.

Pasado el momento de ensoñación, miró y leyó la información que aparecía en las múltiples pantallas o en el cristal de la cabina. Los datos mostraban que el vuelo se estaba desarrollando con la normalidad típica de las salidas de rutina, pero hoy una pantalla dejaba ver un pequeño objeto volador, el objetivo de la misión. Todavía no podían distinguirse detalles en la imagen de poco tamaño, captada desde las cámaras de la estación espacial. Pero antes de que su forma pudiera revelarse con más claridad, el instrumental hizo una confirmación para el asombro: la composición del objeto no respondía a características naturales. Y tampoco respondía a los rasgos de ningún artefacto que se incluyera en la base de datos con que contaban los observadores. Estaban a un paso de determinar que era el producto de otra raza del universo, y acaso algún miembro de esa raza se encontraba en su interior.

Las imágenes iban ganando definición: formas geométricas, ángulos, puntas, superficies lisas, curvaturas regulares, el aspecto típico de una elaboración artificial, extraña pero con cierta familiaridad a la vez. Aumentaba también la excitación de los tripulantes, quienes iniciaron las maniobras para aproximarse, girar y escoltar la nave foránea hasta la estación espacial. Le enormidad el momento podía palparse en las cabinas a medida que la historia del mundo se escribía con cada nuevo acto. A través del cristal, y señalada por los símbolos que aparecían sobre él, fueron capaces de distinguir a simple vista el objeto buscado.

Ejecutaron la maniobra prolijamente, tres cursos de vuelo elegantes y precisos, que dejaron a sus naves en trayectoria paralela al objetivo, que seguía su navegación inmutable. Fascinados, no podían quitarle la vista de encima, ellos, los primeros en verlo personalmente. Tal como habían observado a través de las cámaras, el aparato parecía carecer de ventanillas, de modo que no se descubría nada de su interior. El instrumental de a bordo no registraba signos de vida, pero todo estaba sujeto a confirmación, porque se estaba ante la tecnología, y la vida, de otro mundo, acaso refractarias al análisis a distancia. Recién podría hacerse una investigación minuciosa cuando el objeto estuviera en los laboratorios de la estación espacial.

Una nave de otro mundo. Sus mentes oscilaban entre la atención a su tarea y la realidad única que estaban experimentando, entre la misión y la vivencia. Una nave de otro mundo. Los innumerables relatos que seguirían, las ocasiones que tendrían de narrar lo que ahora estaban protagonizando, ante sus seres queridos, ante conocidos, ante audiencias de pocos y de millones. El primer indicio de vida en otro mundo.

Entre los tres vehículos formaron el campo magnético necesario para que el objetivo quedara bajo su comando. Un momento de inquietud, pues todavía no tenían la certeza de que la nave que pretendían controlar no encerrara una inteligencia que rechazara esa pérdida de autonomía vuelo. Ninguna manifestación de resistencia. Ya podían dirigir el aparato hacia su primer destino, la estación espacial, donde seguían con expectativa más que intensa el avance de las cuatro naves, las tres propias y la otra. En la gigantesca estación se encontraba listo el recinto sellado y aséptico donde se realizarían los estudios del artefacto visitante.

El corto vuelo transcurrió sin inconvenientes. “Con normalidad” era decir demasiado, porque era imposible considerar que la circunstancia comportara normalidad. El control sobre el aparato pasó a depender de la estación, donde fue introducido por una compuerta mientras los técnicos esperaban con avidez para iniciar la investigación.

Realizado casi íntegramente de modo automático, el acoplamiento de los tres vehículos con la estación espacial era una operación de movimientos sutiles, una coreografía de naves y brazos mecánicos con el telón de fondo del espacio.

 

Los investigadores vieron, detrás del vidrio blindado, descender la nave, que parecía moverse por sus propios mecanismos, pero en realidad era bajada por una serie de ondas invisibles que la dejaron estática al alcance del instrumental que la manipularía. Rápida, ansiosamente se abocaron a su tarea de examinación. No tenían contacto directo con el aparato, sino que manejaban una serie de brazos robotizados que evitarían daños o contaminaciones tanto en sujetos investigadores como objeto investigado. Además de los que ya estaban desde hacía tiempo en la estación espacial, cuatro especialistas habían viajado para la ocasión, la única vez que alguien había sido convocado con urgencia a aquel complejo en el espacio.

Como los pilotos un rato antes, los investigadores se descubrían por momentos protagonistas de la historia mundial, en el centro de la escena y un sinfín de relatos posteriores.

Descartaron primero la presencia de seres inteligentes a bordo de la nave estudiada, ausente en ella todo tipo de signo vital o de forma que pudiese calificarse de organismo, además de carecer de un espacio destinado a un tripulante.

Sí había una variedad de objetos, algunos cuya función podían comprobar, otros, deducir o intuir, y otros extraños, de finalidad desconocida.

Pero como una estrella de brillo excepcional en su constelación, un objeto se destacaba entre todos. Simultáneamente atrajo la atención de los investigadores, quienes de inmediato fijaron la imagen en sus pantallas. La ampliaron, la redujeron, la escudriñaron, la comentaron.

Porque ahora sí, como nunca en la historia, parecían tener no solo la evidencia de que existían otros seres vivos poblando el Universo, sino también de su forma, su apariencia física. Ahora la multiplicidad de alienígenas imaginados por la ficción y especulados por la ciencia tendrían un patrón, el patrón que los investigadores tenían en ese momento representado frente a ellos.

Eran los primeros receptores de un mensaje enviado desde otro mundo, la comunicación más distante ocurrida hasta el momento, acaso el comienzo de un diálogo interestelar.

La placa con el mensaje contenía unos trazos, unas líneas en algún tipo de código, que las máquinas descifrarían. Pero no necesitaban máquinas para interpretar ciertos dibujos, que simbolizaban la misma nave que los transportaba y una serie de planetas, entre ellos uno señalado como el sitio de origen del artefacto.

A través de las escotillas de la estación espacial aguardaba su propio mundo, un planeta púrpura con vistosos anillos y tres lunas habitadas, mientras que, delineados en la placa, los saludaban dos seres de apariencia extraña, los artífices de la nave pionera, otros habitantes del Universo.

Comentarios

  1. Muy bueno. Me encanta la Ciencia Ficción. Pero me pregunto, por la desconfianza que le tengo a la raza humana, si alguna vez apareciera una nave de algún lugar del universo ¿ qué nuevo desastre provocarían los gobiernos de este mundo desangelado?

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    1. Tu pregunta tiene material para muchas historias donde los humanos, en lugar de víctimas como en "La guerra de los mundos", somos los victimarios en un encuentro con otro mundo. Da para un subgénero dentro de la ciencia ficción!
      Gracias Valeria!

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