Mancha roja en fondo gris


 

 

Lo primero que atrae a la vista es la mancha roja. No: lo primero que atrae a la vista es su fealdad. Una fealdad que sabe que para él, con el paso del tiempo, no disminuirá. No habrá acostumbramiento, ni una lenta revelación en las miradas sucesivas, ni un experto que logre persuadirlo de la extraña belleza y el valor pictórico que oculta ese rectángulo mayormente gris a excepción de la mancha roja cuyo golpe de efecto, a su parecer, semeja una bofetada inútil. Y sospecha que, en el espectro infinito de la subjetividad, no hallará ser humano que sienta satisfacción por esa obra firmada por un artista ignoto.

 

No hubo sorpresa cuando no encontró el cuadro en su lugar, que desde luego no era colgado en una pared, sino en uno de los anaqueles donde guardaba parte de su colección. Pero esa indiferencia inicial fue dando paso a la perplejidad a medida que fracasaba la búsqueda exhaustiva. De hecho, la ausencia de la pintura llamaba menos al disgusto que a la curiosidad. Lo decepcionaba la única explicación posible: alguien, durante unas reformas que había hecho en su departamento, había sustraído el cuadro. Más allá de esa gente, todo quien había entrado a su casa era de perfecta confianza o incapaz de perpetrar semejante hurto, cuya logística no era fácil porque el pintor, como deseando magnificar su papelón, había optado por un lienzo de dimensiones considerables.

            Por un tiempo, el misterio lo acució. Se descubría ensayando respuestas alternativas al enigma, distraído de toda situación presente, desoyendo a un cliente que le estaba hablando o ignorando la acción de la película que había ido a ver. Hasta que el tiempo obró y fue calmando la ansiedad detectivesca.

 

            Por eso, la mancha roja, rojísima como nunca, más que una bofetada es ahora un puñetazo demoledor, ejecutado desde atrás de la vidriera de la galería de arte, donde el cuadro horrible se planta como desafiándolo y advirtiéndole que regresará a copar su pensamiento mediante conjeturas tan esforzadas como vanas.

            Entonces lo adquiere por el precio base de la subasta, porque en efecto nadie desea apropiarse de ese bochorno visual. Y horas después, en la soledad de la quinta, comprueba las infinitas formas que tiene el arte de generar placer, primero en el fervor de las puñaladas sobre la mancha roja convertida en herida, luego en las llamas y por último en las cenizas del resto gris de la obra.

 

 

2019

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

"... en el amor, afortunado..."

La llamada de otro

Hasta la vista, ser extraño