Miradas


 

Como siempre, la gente está mirándome. Como todos los años, en esta época llegan los extranjeros que forman mi público. Han oído hablar de mí desde tiempo atrás, me han visto en ilustraciones y ahora les llega el momento del encuentro personal. Algunos se quedan tanto tiempo observándome. Por ejemplo, la mujer del sombrero. Hace horas que está sentada en el sillón más cercano y son pocos los instantes en los que deja de clavarme sus ojos emocionados. Otros no se interesan tanto, solo pasan y me señalan para que me vean sus acompañantes. Tengo el privilegio de ver diferentes reacciones frente a algo que no cambia. Supongo que han pasado siglos, aunque no puedo llevar la cuenta del tiempo con precisión. Los años transcurren en días de muchedumbre y noches solitarias.

No siempre fue así. Años atrás era una atracción más del poderoso señor al que solo le importaba como objeto de ostentación. Y cuando finalmente su castillo ardió, me salvó un soldado que me llevó en sus brazos. Luego vino un período sin residencia fija, pasando de mano en mano, prisionero en habitaciones oscuras. Hasta que, de alguna manera, me encontré aquí. En este recinto fue donde me atacó un hombre con un cuchillo durante los segundos que tardaron los guardias en reaccionar. Aún retorciéndose entre quienes lo aferraban seguía vociferando su odio contra mí. Por eso ahora me separa un vidrio del mundo.

En otro tiempo, solía recorrer las calles populosas de la ciudad antigua. Mi libertad me llevó a estar horas todos los días en la casa de Armando, donde solo debía permanecer inmóvil mientras él desarrollaba su arte. También debía soportar su pésimo humor cuando no avanzaba, pero también contagiaba su felicidad ante sus asombrosos logros. Poco a poco, fui descubriendo la perfección más que humana de sus obras.

          El último día fue cuando ocurrió. Ambos estábamos impacientes porque concluiría aquello que había comenzado hacía varias semanas y que veía también, en parte, como mérito mío. Me senté en la posición conocida pensando con cierta nostalgia que esa era la última vez que lo hacía. Armando comenzó a trabajar, esta vez sin dudar, como arrastrado por una corriente de inspiración. Y luego de avisar que aquel sería el último toque quedé atrapado en la tela para siempre.


Comentarios

  1. Muy bonito, ¿de quién es la pintura? ¿Es de Armando Villegas?

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